Samhain
 es testigo de las últimas cosechas y lo que no se ha cosechado debe permanecer en los campos a beneficio
 de los espíritus. Es la noche de la Cena silenciosa, de los 
Ancestros, para trabajar con los difuntos. Una noche de 
liberación, consuelo, duelo. Momento de nuevos 
comienzos, de eliminar lo que no ha funcionado y empezar de 
nuevo.
El origen de los celtas nos sitúa en el centro de Europa, tratando de entender una larga y enconada lucha de ese pueblo contra la Roma Imperial.
El mundo celta era un mundo mágico. Vivian y aplicaban su magia -no como un aspecto religioso-, a los sucesos diarios habituales, componiendo un todo. Los elementos naturales, ríos, arroyos, pájaros y otros animales, y en especial los árboles eran motivo de ofrendas.
El templo de los celtas era el bosque. Y un claro suficientemente ancho su lugar de ceremonias.
El culto se oficiaba por la noche, a la luz de la luna, y los ritos mas importantes estaban relacionados con los cambios estacionales, es decir solisticios, equinoccios, épocas de cosecha y siembra, momento en que los límites entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos desaparecían completamente.
Los druidas preparaban enormes fogatas y hacían conjuros, intentando ahuyentar a los malos espíritus, y la gente dejaba dulces o comida a la puerta de sus casas, en la superstición de que los difuntos, a quienes las leyendas les atribuían la autoría de las más crueles atrocidades, se irían contentos y les dejarían en paz.
Posteriormente
 con el cristianismo, esta festividad se integró en el Día de Todos los 
Santos, de donde deriva el nombre inglés de Halloween -contracción de la
 frase “All Hallows Eve“: víspera de todos los santos- que  los 
irlandeses exportaron a Estados Unidos en el siglo XIX. 
El Samhain pagano, el verdadero Halloween, no ha sido negativo, ni terrorífico, ni lleno de excesos y ruido social. Es un tiempo para reafirmar el ciclo de la vida (inicio-fin, invierno-verano, encarnación-desencarnación) y la certeza de que la muerte no es el final de nuestra existencia.
El Samhain pagano, el verdadero Halloween, no ha sido negativo, ni terrorífico, ni lleno de excesos y ruido social. Es un tiempo para reafirmar el ciclo de la vida (inicio-fin, invierno-verano, encarnación-desencarnación) y la certeza de que la muerte no es el final de nuestra existencia.
Es
 costumbre desde hace unos años, ver vidrieras decoradas con 
calabazas, brujas y fantasmitas, con fondo de color negro y naranja. Halloween está presente  en muchos países al sur del Ecuador. Los chicos preparan su disfraz, pensando en las golosinas y la fiesta, el 
festejo tiene lugar -en ocaciones- en la misma escuela y la TV muestra películas de horror, con presencia de fantasmas, 
aparecidos y brujas.
En el hemisferio 
sur es primavera, todo florece, comienza el calor y lo que hay que festejar está asociado con eso y no con la oscuridad. Copiamos -sin conocer- una festividad, como una caricatura de un
 momento sagrado para otras culturas y que no responde a la energía de este momento en este 
lugar del mundo.
Medio planeta, se une, 
sin tener idea del por que de cada fiesta, convirtiendo el momento de una tradición más secular que religiosa, en una celebración vaciada - digo vaciada y no vacía- de contenido. 
Para los niños no es más que “dulces y más dulces” y disfrazarse de “algo”.
Para los niños no es más que “dulces y más dulces” y disfrazarse de “algo”.
Aceptemos el eterno ciclo de la Vida reflexionando seriamente sobre el significado de esta celebracion.
Fuente: recopilaciones varias del tema.
"Como a un día de fiesta convocaste a mis miedos."
Armando Uribe Arce - Escritor, poeta, abogado y político chileno contemporáneo

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