"El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar."
Gabriel García Márquez - escritor, novelista, cuentista, guionista, editor y periodista colombiano; Nobel de Literatura en 1982 (1927-2014)
Gabriel García Márquez - escritor, novelista, cuentista, guionista, editor y periodista colombiano; Nobel de Literatura en 1982 (1927-2014)
Vivimos en un mundo convulso que a diario nos enfrenta a desastres climatológicos y guerra cruentas.
De la pluma del escritor y ensayista colombiano William Ospina les quiero dejar hoy un texto que apareció hace unos años atrás y que merece ser leído sin agregar comentario.
Los tsunamis y las revoluciones
Alguna vez le dije a un amigo que no veía el motivo de alarmarse demasiado por las catástrofes de la naturaleza o los horrores de la historia.
“Siempre fue así”, le dije. Le recordé la tesis de Voltaire de que todas las edades se parecen por la crueldad de los seres humanos, por la arbitrariedad de los príncipes y la intolerancia de los sacerdotes. Para terminar, le repetí una frase amarga: “Dejaremos el mundo tan malvado y estúpido como lo encontramos al llegar”.
Pensaba yo que no había razón para estremecerse demasiado por los crímenes y las tragedias de la humanidad. Bastaba recordar que, según la mitología más difundida en estas tierras, ya en la segunda oleada de la creación Caín había matado a Abel, y en la tercera Dios, para acabar con la perversidad humana, nos envió un diluvio espantoso.
Pensaba yo que no había razón para estremecerse demasiado por los crímenes y las tragedias de la humanidad. Bastaba recordar que, según la mitología más difundida en estas tierras, ya en la segunda oleada de la creación Caín había matado a Abel, y en la tercera Dios, para acabar con la perversidad humana, nos envió un diluvio espantoso.
El extraño sabor de las revoluciones no está tanto en su desenlace cuanto en su decurso azaroso: ese inesperado derrumbamiento de la Unión Soviética hace dos décadas, esta actual e impredecible oleada de rebeliones en los países islámicos. El verdadero sabor de las catástrofes es ese que nos despierta asombrados ante la avalancha de Armero, ante el derrumbamiento intempestivo de las torres gemelas, ante esas guerras de Afganistán y de Irak, que nos han infamado la vida; o el haber visto esta semana esa ola monstruosa que en las pantallas iba arrasando ante nuestros ojos las costas del Japón, llevándose en su inexorable avance inocente centenares o miles de existencias.
Con cada vida vuelve toda la historia. Alguien tendrá que aprender el color de las rosas y el olor de la lluvia; verá el desierto lunar alzándose como un sueño sobre las cosas; y aprenderá el amor, el crimen, la felicidad. Alguien volverá a descubrir que en el orden de la naturaleza no hay progreso posible, que nadie puede hacer más bellas a las rosas ni más significativas a las estrellas; alguien volverá a delirar que existen leyes de la historia, y alguien volverá a discutir que creer en esas leyes es tan quimérico como hallar formas de leones o de doncellas en las nubes del atardecer.
Lo que vivimos habrá ocurrido innumerables veces pero también es verdad que sólo ahora ocurre, todos vivimos al borde del abismo universal. Y lo que les ocurrió a las generaciones carece en suma de patetismo, porque lo verdaderamente patético es esta incertidumbre, el patetismo de lo inconcluso que sólo nos toca a los que no sabemos todavía cómo terminará todo esto.
Es lo que nos permite maravillarnos con lo maravilloso y espantarnos con lo espantoso; saber que es ahora cuando hay que estremecerse con los crímenes, conmoverse con las tragedias e indignarse con las tiranías. ¿Otros lucharon por la verdad, por el bien, y por la libertad? Ahora es nuestro turno.
“Lo malo es que todas estas cosas vienen a dar en un fracaso irremediable”, dirá León de Greiff. Pero lo único que puede hacer grandioso ese final es haber sido dignos de esta experiencia, que las tareas de la vida no nos hayan hundido en el deshonor. Acaso surja esa verdad que le dará sentido a todo, ese ser que justificará tantos esfuerzos, esa revelación que iluminará la tiniebla. Pero si no llegaran, aún sería noble y valeroso gritar como Barba Jacob: “Sé digna de este horror y de esta nada / y activa y valerosa, oh alma mía”.
Después, no vendrá el final de una vida sino el final de un mundo. Y como en el poema de Borges: “No quedará en la noche una estrella, no quedará la noche”.
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Un magnífio texto para reflexionar y del que cada lector sacará sus propias conclusiones, un escritor para conocer en profundidad.
Fuente: http://www.espiritudeltiempo.org/los-tsunamis-y-las-revoluciones-por-william-ospina/
"Donde el lenguaje se detiene, lo que sigue hablando es la conducta."
Françoise Doltó - médica pediatra y psicoanalista francesa (1908-1988)
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