"El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre."
Napoleón I - Napoleón Bonaparte - Emperador francés (1769-1821) .
Napoleón I - Napoleón Bonaparte - Emperador francés (1769-1821) .
Todos los pueblos conservan como parte del entramado de su historia mitos, leyendas y tradiciones que hacen a la forma de ser de sus gentes, su sensibilidad y sus creencias.
Cienfuegos ciudad de la isla de Cuba, declarada por Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, conserva hermosas leyendas recopiladas en el Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919, de las que aquí les acerco una.
La tatagua
Aipirí
era una hermosa mestiza de Jagua prehistórica. Presumida, coqueta,
parlanchina, muy dada a engalanarse con prensas de vivos colores,
piedras y conchas, zarcillos y pulseras de guanín y adornarse la cabeza
con flores del rojo más vivo para distinguirse de las demás mujeres y
llamar la atención. ¡Qué linda era Aipirí! Esbelta, trigueña, de
abundosa cabellera negra y ojos rasgados, de mirar insinuante,
acariciador, provocativo.
Gustaba
con pasión del canto y del baile. Su mayor placer era asistir a fiestas
y diumbas, o guateques, donde podía lucir su melodiosa voz y sus
gracias de hábil bailarina. Requerida de amores por un siboney gran
cazador, unió a él sus destinos y hubiera formado un hogar modesto y
apacible, pero feliz, si sus aspiraciones se hubieran concretado a las
de una mujer hacendosa, amante de su esposo y de sus hijos. Pero Aipirí
no se contentaba con eso. No había nacido para llevar una vida
tranquila, al cuidado de la casa y de la prole. Amaba demasiado las
diversiones, los placeres, los cantos, los bailes, los adornos, los
halagos, las alabanzas.
Así
sucedió que, al poco tiempo, el hogar fue para ella un martirio y
apenas había dado a luz el primer hijo, sintió la nostalgia de sus
bulliciosos días de doncella, sin que cautivaran su corazón las gracias
del tierno infante. Luchó al principio y quiso sustraerse a la
tentación.
Pudo
más el instinto de su naturaleza voluntariosa y bravía que el amor de
madre, y empezó por ausentarse un rato del hogar, después fue más larga
la ausencia, hasta que llegó a ser más el tiempo que estaba fuera de la
casa que dentro de ella. Y mientras el niño, abandonado, lloraba, la
desnaturalizada madre pasaba el tiempo en alegre marcha con los vecinos o
asistía a reuniones y fiestas , entreteniendo a la gente con los
encantos de su voz y las gracias de sus bailes. Cuando la tarde caía
volvía a su casa, poco antes que llegara el marido de su diaria y penosa
excursión por los montes en busca de sustento.
Tras
un hijo vino otro, y otro hasta seis, pero no varió la conducta la
olvidadiza madre. Continuaba haciendo sus furtivas y largas
escapatorias, sin que el confiado marido se enterara. Los niños,
constantemente abandonados, pasaban hambre, crecían en medio del mayor
abandono y miseria, adquirían malos hábitos y continuamente lloraban
atronando el espacio con su eterno guao, guao, guao.
Como
el bonito bohío se levantaba solitario en medio del campo, no temía
Aipirí que el lloro de los niños molestara a los vecinos ni que estos la
delataran al marido. No contaba con Mabuya, -el genio del mal-, que está
en todas partes y a quien hace poca gracia los llantos continuados,
inacabables de los niños. Hay que reconocer que tiene motivos para ello,
pues solo la paciencia de una madre sufre con resignación la música
poco grata del llanto de los hijos.
Mabuya,
cansado de oírlos y viendo que sus lloros no tenían fin, como tampoco
lo tenían los bailes y diversiones, ausencias y olvidos de la madre,
temió quizá que aquellos niños malcriados fueran cuando mayores tan
desalmados, crueles e inhumanos como él. En un arrebato de mal humor los
transformó en arbustos venenosos, conocidos hoy con el nombre de guao.
En el reino vegetal, -es el guao algo así como un estigma, árbol seco y
estéril-, su resina y hojas producen al contacto, hinchazón y llagas, y
aún se asegura que su misma sombra es dañina.
En
eso vinieron a parar, según la tradición, los hijos de Aipirí, por
culpa de la desnaturalizada madre. Si el espíritu del mal hubo de
castigar en los hijos la falta de su madre, el espíritu del bien, más
justiciero, impuso un correctivo a la causante del daño, que debía
servir de ejemplo. Transformó a Aipirí en Tatagua, -mariposa nocturna de
cuerpo grueso y alas cortas-, conocida también con el nombre de Bruja.
Es
creencia bastante generalizada que las brujas o grandes mariposas de
color oscuro tienen significación maléfica, anunciando allí donde
entran, alguna desgracia y aún la muerte de un familiar. Es una
adulteración del significado verdadero que le atribuye la tradición a la
tatagua o bruja cuando se introduce en una casa y revoloteando se posa
dentro de ella. Según esa tradición, al transformar el espíritu del bien
a la madre que olvidó sus deberes, en la mariposa nocturna, lo hizo
para que ésta, al aparecerse a las madres, las advirtiera de lo sagrado
de sus obligaciones, y que jamás, por asistir a fiestas, bailes ni
diversiones, debían dejar abandonados a sus tiernos hijos.
Madres
cienfuegueras buenas y santas que dedicáis vuestros desvelos al cuidado
del fruto de sus entrañas, cuando veáis alguna tatagua en el hogar
debéis pensar si ha quedado incumplido algún deber en las alteraciones y
cuidados maternales.
... ...
Una madre y sus hijos, desamor y abandono, sentimiento y actitud, los "espíritus" y el castigo aleccionador, en ésta hermosa leyenda de Jagua -la hoy moderna ciudad de Cienfuegos-, donde aparece la mitología india precolombina, original y poétíca, bella manera de conocer el alma de un pueblo..
"El amor
es un eterno insatisfecho."
José Ortega y Gasset - filósofo español (1883-1955)
Leer sobre la mitologia indigena sorprende, muestra las culturas ancestrales, y propociona conocimiento.
ResponderBorrarGracias por un material tan enriquecedor,
saludos Maria
Gracias Maria, por tu tiempo y por comentar, me alegra te haya gustado el material compartido.
BorrarEspero seguir contando con tus visitas por aquí.
Hermosa leyenda.
ResponderBorrarDe que tribu es
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