“Sufrir
una ofensa no es nada, a no ser que nos empeñemos en recordarla.”
Confucio - pensador chino (551-479 a.C.)
Todos necesitamos sentirnos aceptados, considerados, queridos,
respetados, también necesitamos poder tener el control de lo que nos rodea y
que afecta nuestra vida, vivir no implica sufrir y cuando eso sucede no
logramos aceptarlo.
A quien no le ha tocado en algún momento de la vida sufrir
agresiones verbales o físicas, destratos, experiencias injustas, ofensas,
situaciones frustrantes, ocasionadas por otras personas, que producen un
desequilibrio emocional, sentimientos de inseguridad o dolor y muchas veces
llevan a un estado de miedo, angustia o resentimiento e incluso en algunas
situaciones nos hacen pensar en el deseo de venganza confundiéndolo con
justicia.
Existe una antigua leyenda que deberíamos recordar la próxima vez
que recibamos un insulto, tratando de ponerla en práctica en los próximos
inconvenientes que tengamos, y que aquí les dejo.
En
el Japón feudal cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se
dedicaba a enseñar el budismo zen y la meditación a los jóvenes. A pesar de su
edad, la leyenda decía que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, y por utilizar la técnica de la provocación, -esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento captaba los errores cometidos contraatacando-, apareció por allí.
El
joven e impaciente guerrero sabía la reputación del samurai, estaba allí para
derrotarlo aumentando así su fama.y aunque los estudiantes se manifestaron en
contra de la idea, el viejo maestro aceptó el desafío.
En
la plaza de la ciudad el joven comenzó a insultar al viejo maestro arrojándole
piedras, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo a
sus antepasados para provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final
de la tarde, exhausto y humillado, el guerrero joven se retiró.
Decepcionados
por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los
alumnos le preguntaron:
– ¿Cómo ha podido usted soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aún sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?
– Si alguien se acerca a tí con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quien pertenece el regalo? preguntó el samurai.
– A quien intentó entregarlo – respondió uno de los discípulos.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia, la humillación y los insultos – dijo el maestro. – Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los carga consigo.”
… …
La
templanza, es la virtud de la moderación y el equilibrio para filósofos y
pensadores, sin embargo para el común de los seres humanos encontrar la forma
de sortear situaciones de agresión, del tipo que sean, que si bien dependen en
alguna medida del carácter que cada quien tenga, es sin duda un desafío y la
manera de escoger como superarlo, una actitud muchas veces difícil de adoptar.
Tal vez
tomar como ejemplo la filosofía oriental del relato pueda hacernos más fácil
encontrar la forma de distanciarnos de la angustia que nos produzcan situaciones agresivas que nos ofenden, en una suerte de
mecanismo de defensa, despersonalizándonos, encontrando así el equilibrio, para
impedir que esos hechos nos hieran. Nada y nadie puede hacernos daño si no
se lo permitimos, y –aunque no sea fácil- de nosotros depende lograrlo.
“Quien me insulta siempre, no me
ofende jamás.”
Víctor Hugo - poeta, dramaturgo y novelista francés (1802-1885)
Un cordial saludo.
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