"La adulación es una moneda falsa, que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad.."
François de la Rochefoucould - escritor francés (1613-1680)
El ser humano necesita ser
reconocido y valorado, aún aquellas personas humildes, de bajo perfil en su
vida de relacionamiento, todos en mayor
o menor grado tenemos ese despunte del ego, que hace que nos sintamos felices
cuando nos halagan, para unos se convierte en absoluto, casi diría
imprescindible, otros sólo en la medida de la alegría que produce sentir la
calidez de quienes nos rodean, y eso es así desde que tenemos uso de razón
cuando siendo niños queremos que nos atiendan y mimen.
Si bien es cierto que en éste mundo competitivo y
por la propia naturaleza egoísta que nos impulsa a destacarnos de alguna
manera, surge el querer ser valorados, todos buscamos aún sin pensarlo el
halago que nos gratifica, y no existe nada que hiera más que la indiferencia de
quienes nos rodean, el halago que sostiene ese prestigio que buscamos y que
eleva nuestra propia autoestima.
La sensación de sentirnos
distinguidos de los demás –aunque no debiera ser así-, hace que nos reconozcamos
más completos y satisfechos, y ¿a quien no le ha sucedido?, hasta toca en algo nuestra vanidad, y justo allí es
donde debemos encontrar el equilibrio que haga que ese deseo de recibir el
halago no termine convirtiéndose en una necesidad adictiva que nos vuelva
dependientes.
Cada uno de nosotros conoce sus
cualidades y defectos, todos en algún momento esperamos ese estímulo de una
palabra que nos aliente o felicite, sin embargo nadie mejor que nosotros mismos
para reconocer y valorar lo que hacemos, nuestras actitudes y el
desenvolvimiento frente a las circunstancias que la vida presente, sin esperarlo
de otros.
Claro que dependiendo de que lado de
la situación estamos, todos sabemos que entre el halago y la adulación existe
un fino hilo que a veces se pierde de vista cayendo en los extremos de quien lo
recibe distorsionando su propia visión de si mismo creando una falsa imagen que
lo muestra superior y de quien lo otorga porque espera en ello encontrar réditos
en beneficio propio alabando lo que no existe, alimentando el ego ajeno.
Volvamos a lo simple, sólo seamos, los
halagos han de ser un mimo dado y aceptado naturalmente, libre de
especulaciones, de manera sana, limpia, espontánea, sin dobles intenciones, desde
el afecto y el reconocimiento genuino, evitemos caer en la seducción que la adulación produce.
imagen: Leo Patzelt/Pixelnase vía Pinterest
"Lo que verdaderamente halaga a un hombre es que se crea que merece la pena halagarle."
George Bernard Shaw - escritor irlandés, Nobel de Literatura 1925,Oscar en 1938 (1856-1950)
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